Carta de Rosas a Quiroga (28-02-1832)
Fecho.
Mi querido buen amigo Señor Don Juan Facundo Quiroga.
La apreciable de usted de 12 de enero anterior tiene para mí
un mérito muy recomendable. Esa franca expresión que contiene su contexto es la
que debe cada vez más unirnos estrechamente más y más. Si cuando nos reunimos
en ésta hubiese llegado la ocasión de una igual franqueza a este respecto, yo
estoy ciertísimo que le habría convencido, que mi marcha combatiendo contra el
General Lavalle, y la seguida después de la Convención de Agosto no merecen los
cargos que se me hacen; pero que respeto. Quisiera hablar extensamente sobre
ellos, trayendo en revista, todas las jornadas de mi comportamiento, desde que
estalló el 19 de diciembre de 1828; pero no es esto materia de una carta. Ello
es pues más propio para hablarse que para escribirse. Sin embargo, algo voy a
decir pasajeramente, correspondiendo a usted en su franqueza.
La guía del hombre en sus acciones son los principios de
razón. Si usted no ha retrogradado en la resolución de no conservarse al frente
de la fuerza, estoy persuadido que debe haber sido, no por no retrogradar
solamente, sino porque la justicia y el deber le habrán marcado, en su concepto
la línea de conducta que ha seguido.
No me arrepiento haber dicho que usted no pertenece a sí
mismo. La reflexión con que usted ha rebatido esta mi aserción, me parece que
no es exacta; pues o yo obré mal en el caso que usted recuerda, y entonces no
ha debido secundarme, u obré bien, y entonces su argumento no tiene lugar.
Usted está en mi concepto equivocado cuando asienta que el
señor General López y yo nos contentamos con tranquilizar las provincias de
Buenos Aires y Santa Fe, dejando al resto de las demás bajo el yugo de la
opresión. Nunca tuvimos el designio de abandonar a sí mismos a los pueblos del
interior; antes, al contrario, nuestra conducta política jamás pudo halagar a
los sublevados con esta esperanza. Y aunque nunca tampoco llegó el caso de que
en algunas de las épocas a que esto se refiere pudiésemos obrar en combinación
con el interior, por ignorar cuáles eran las disposiciones que se tomaban para
la defensa común con todo desde el territorio de Santa Fe, procuramos
entendernos, escribiendo a usted y al señor Bustos con repetición. La falta de
contestación dejó a Santa Fe y Buenos Aires entregadas a sólo sus esfuerzos.
Faltos de todo, y con todo el grueso de la fuerza sublevada contra nosotros, no
contamos por resultado con auxilio ni cooperación alguna, para combatir y
defendernos, y así corrimos todos los azares de la guerra.
Cuando la Convención de 24 de junio, mi posición era tan
desventajosa, que materialmente ni aún un escuadrón podía montar, y tenía a los
hombres con los recados en la cabeza. Los sublevados mantenían entonces en la
Ciudad todos los elementos de destrucción; mientras yo no veía en mi rededor un
ejército, sino hombres sin táctica a punto de desesperar por la desnudez y por
la larga fatiga bajo una estación dura en todos sentidos. Cuando la de 24 de
agosto no había remediádome de los elementos de movilidad para la ofensiva.
Quedamos pues débiles y casi inermes por la agitación de las dos Provincias,
Buenos Aires y Santa Fe, por la calamitosa estación y por los peligros que nos
rodeaban de cerca, hasta tener que fijarnos muy seriamente en este conflicto
sobre la conducta de la República vecina, que nos hacía una guerra encubierta,
temible, y sobre el Entre Ríos, que se presentaba en estado de convulsionarse
por los unitarios. Y no pudiendo por lo mismo atender a todo, ni abarcarlo
todo, nos propusimos, es verdad, tranquilizar de pronto estas provincias, y
robustecerlas; pero no abandonando a las demás del interior, sino al contrario,
con el objeto de ponernos expeditos, para cooperar a su seguridad y defensa.
Tal línea de conducta se nos vio seguir, cuando a excepción
de Córdoba, todas las demás eran libres, estaban regidas por sus antiguos
Gobiernos y tenía usted un ejército formal, el bastante para concluir
probablemente con el General Paz, si la fortuna no hubiese sido adversa. ¿Sería
un raciocinio exacto, que yo formase a usted este argumento? Usted pudo batir
al General Paz: por no haberlo hecho con su primer ejército, fue necesario
exigir nuevos sacrificios a los pueblos. Con el segundo Ejército, que por su
parte contaba con las ventajas y probabilidades del triunfo según su nota fecha
10 de enero de 1830 al señor López, pudo usted haberlo derrotado, y sucedió a
la inversa; ¿usted pues es el responsable de los males que fueron consiguientes
a estos dos reveses de las armas? Claro es que no, y creo que cualquiera no
sólo desconocería la exactitud de tal discurso, sino que con justicia lo
impugnaría; pues lo mismo es preciso que se diga con respecto a los demás
sucesos. Recuerde usted lo que dije entonces al General Paz, que debía dejar el
Gobierno, y aún el país, como el único medio de evitar los desastres de la
guerra. Si usted hace memoria de mi larga carta del 1º de diciembre de 1830,
que entre su equipaje cayó en manos del General Paz, se acordará de los
términos en que era escrita; términos que están muy lejos de quien no mirase
como propia la causa que usted sostenía. ¡Tanta era la confianza que inspiraba
la posición de usted! Y nuestra resolución de secundar sus esfuerzos, como se vio
posteriormente en seguida al contraste que usted sufrió. Aquí me permitirá le
diga: que cuando un poco de espera por parte de usted habría asegurado el
triunfo. Usted no lo tuvo, ni se puso en combinación con nosotros. Sin embargo,
no por esto es mi ánimo censurar el modo como usted se condujo; pues si así
obró, sería poique así creyó de su deber hacerlo.
Nadie tiene el don de ligar los favores de la fortuna a
empresas; y toda obra de hombres está sujeta a errores. No sería extraño que
hubiésemos cometido algunos barros, pero no se nos crea que intencionalmente
nos propusiésemos perjudicar a la buena causa. Usted nos ha visto obrar, cuando
ya pudimos hacerlo. ¿A qué nos hemos negado, ni en qué no hemos secundado,
pudiendo? El haberse retirado de Córdoba el ejército fue como a usted escribí
con fecha primero de setiembre último, por orden del General en Jefe. Él sí lo
dispuso, por las razones que manifesté a usted en dicha carta, y porque para
conservarlo se le presentaron obstáculos, que sólo puede valorar el que los
toca en medio de una posición difícil.
Yo desde ahora le ruego me dispense que haya suprimido en la
publicación de su nota Oficial al General en Jefe remitiendo los capítulos con
que se estipuló la paz con Salta, los períodos relativamente al señor Ibarra.
Mi intención ha sido muy sana: al suprimirlos el parte oficial no podía dejar
de publicarse, y en el conflicto de tenerlo que hacer, me tomé la licencia de
ejecutarlo, como creí que convenía.
Me lisonjeo con las esperanzas que promete usted de seguir
trabajando desde su retiro a la vida privada en bien del país en general. Usted
asegura que pronto lo veremos, explorada que sea a fondo la voluntad de las
provincias en orden a la Constitución. Aguardo este momento para subordinarme
al voto explícito de ellas. Hago memoria de lo que usted dijo al General Paz
desde Mendoza con fecha 10 de enero de 1830. "Las pretensiones locales en
el estado de avances de las Provincias no es posible satisfacerlas, sino en el
sistema de Federación. Las Provincias serán despedazadas tal vez, pero jamás
domadas". Por estos mismos principios es que he creído que la Federación
es el voto expreso de los pueblos, y que para no malograr sus deseos y
constituir la República bajo esta forma, sólo podía hacerse sólidamente, no en
el momento presente sino gradualmente, pues el tiempo es quien ha de afianzar
esta obra.
En suma, la única satisfacción que debe asistirnos, y que
debe sostener y afianzar nuestra íntima amistad y confianza es haber obrado
siempre de buena fe, y con los mejores deseos. Así es que no nos es útil ni
conveniente recordar desgracias que ya no tienen remedio, y que ni aun de guía
pueden proponerse o servir para lo sucesivo. Es preciso que nos disimulemos
algunos errores. Los hombres todos no tienen ni una misma energía ni un mismo modo
de concebir, ni valen lo mismo.
He tirado en estos días un decreto sobre uso de la libertad
de imprenta. ¿Me ha movido a hacerlo la necesidad de dar cumplimiento exacto al
artículo 6? del Tratado de los Gobiernos
aliados: también el deber de cruzar los manejos de los unitarios decembristas,
asimismo la conveniencia de contener la influencia de los extranjeros al menos
en una gran parte. Además, ya que no puedan al todo desarmarse las logias
secretas, el decreto no podrá menos que dar el resultado de debilitarlas; así
como nos pone en guarda contra los espías y revolucionarios enviados
ocultamente a los pueblos de América, no sólo por los españoles, sino también
por los que no lo son. Sobre todo, por el espíritu del decreto me propongo que
la ilustración del país por medio de la prensa se confíe a hombres conocidos
que tengan vínculos con él, que los haga tomar interés por su felicidad. Era
muy triste y degradante que el crédito de la República y la reputación de sus
hijos más ilustres estuviese a merced de los caprichos y perversidad de
ambulantes aventureros, que sin dar la cara tuviesen libertad para ultrajar y
difamar impunemente, como así se había visto prácticamente ejecutado.
Todo este conjunto de consideraciones y motivos me hizo
tomar la resolución de regularizar las imprentas y su uso. Si a usted pareciese
bien lo dispuesto, hará por su parte lo que esté en su esfera para estimular a
la adopción de una medida que creo de utilidad y ventajas para los pueblos
donde hubiese imprentas.
Antes de tirar el decreto ordené la suspensión de do3
periódicos, el "Cometa" y el "Clasificador".5 Estos dos
impresos habían tomado una dirección inversa a la consolidación del orden y a
la conservación de la concordia y armonía entre los gobiernos, los pueblos y
sus habitantes. Sus escritos eran trabajados por Federales amigos; y sin
embargo, siendo ya muy perjudicial su extravío, fue indispensable hacerlos
cesar.
Yo he estado en un estado tal que he tenido que delegar el
mando. Creí que seguiría a usted retirándome de un puesto, que ya no podría
servir cumplidamente, pero siempre con el propósito de ser útil a la causa, y a
sus progresos en lo que alcanzare. Mi salud se había debilitado, padeciendo en
lo moral y en lo físico considerablemente, hasta que traslucidos por algunos
los motivos que me habían traído a tal estado, se propusieron remover los
inconvenientes que tocaba el Gobierno de falta de recursos para marchar per
ahora; y se prestaron todos con decisión a proporcionar los recursos. Este paso
ha excitado mi gratitud y decidido a la correspondencia, estoy resuelto a
manifestarla, volviendo a tomar el ¡Gobierno, y enterar los nueve meses que me
faltan!
Adiós mi apreciado compatriota: Él colme de bienes y de
prosperidad los días de usted, como lo desea su amigo